Todo empezó
un día muy bonito. Era Navidad, nevaba, los techos de las casas
estaban blancos, los niños jugaban con la nieve y toda la gente
estaba muy contenta.
Lucía, una
niña de 10 años, estaba alegre porque sabía que encontraría un
regalo debajo del árbol de Navidad. Ella le había escrito una carta
a Papá Noel en la que decía que quería un hermanito. Pero eso no
era todo, lo que más le gustaba era que se reuniera toda la familia.
Su madre la
llamó para irse a la casa de sus abuelos a comer la cena de Navidad.
- Lucía, ven aquí
-dice su madre-.
- Voy mamá.
- Vale, pero vente
rápido, que tengo una sorpresa -dijo sacando algo de un cajón-.
- ¿Qué es eso?
-pregunta Lucía con cara extrañada-.
- Ya lo verás -dijo su
madre riéndose, mientras escondía el paquete-.
- Jo, mamá...
La madre de
Lucía no es muy lista, ya que escondió el regalo de la niña debajo
del asiento del coche. A Lucía se le cayó un juguete debajo del
asiento, se agachó para cogerlo y vio el regalo, se puso a reír y
lo intentó abrir, pero no lo consiguió ya que estaba debajo del
asiento. Su madre miró a ver qué estaba haciendo; ella disimuló
para que no la viera encontrar el juguete. Su madre siguió
conduciendo y Lucía intentando cogerlo.
Cuando
llegaron a casa de sus abuelos, salió del coche y fue a abrazar a su
abuela. Al entrar en casa de sus abuelos, se quedó sorprendida por
los decorados que había en el árbol y en las paredes. Ella se fue a
jugar con sus primos; la abuela le dijo que pronto iba a ser la hora
de cenar, y ella se fue buscando asiento. Lucía le preguntó a su
abuela qué había de cenar, y la abuela le dijo que ya lo vería.
Al llegar la
hora de cenar, se sentaron todos a la mesa. Al ver a todos reunidos,
Lucía se sintió feliz. La abuela se levantó y fue a por
langostinos, y Lucía la acompañó a la cocina. De vuelta al
comedor, a Lucía se le cayó el plato de langostinos que traía con
su abuela. Lucía le pidió perdón, ya que había sido sin querer.
Cuando llegaron al salón, su abuela empezó a repartir langostinos y
les dijo que no comieran mucho, porque de segundo plato había pavo
asado al horno con una salsa especial y patatas. Al acabar la cena,
llamaron a la puerta y era un coro que estaba cantando villancicos
por el pueblo. Los dejaron entrar y los invitaron a tomar un
chocolate con churros. El padrino de Lucía les pagó para que le
cantaran uno de sus villancicos favoritos. Ellos les respondieron que
no querían chocolate, que sólo venían a cantar villancicos, y se
pusieron a entonar la canción que le habían pedido. Mientras
estaban cantando, la familia se puso a bailar en el salón. Uno de
los cantantes, de tanto cantar, tenía la boca seca y se fue a beber
un vaso de agua a la cocina. De camino, encontró un paquete en el
suelo, se lo metió en el bolsillo y al volver para el salón, se
marcharon.
Después del
turrón y los polvorones, la madre de Lucía fue a por el regalo a la
cocina, y vio que no estaba. La madre pensó que fuera su hija quien
lo cogiera y le preguntó si ella se lo había llevado. Lucía le
respondió que no, y su madre siguió buscando. Al rato, la madre se
dio cuenta de que el único que había entrado en la cocina fuera uno
de los cantantes del coro, así que lo fue a buscar por la calle.
Decidió avisar a sus vecinos para preguntarles si vieran por dónde
se fueran los cantantes. Uno de los vecinos le respondió que habían
estado en su casa, pero que se habían marchado hace rato, derechos
hacia la plaza. Su madre se puso en marcha hacia allí, pero al
llegar no vio a nadie, así que dio por perdido el regalo. De vuelta
a su casa, vio unas sombras de unas personas que estaban cantando
villancicos y decidió seguirlas. Cuando llegó hasta ellos, les
dijo:
- ¡Quietos
ahí, devolvedme el regalo!
- ¿De
qué está hablando, señora? -preguntaron mientras uno se lo pasaba
a otro-.
- ¡Oye,
que te estoy viendo; devolvédmelo o aviso a la policía! -le dijo
mientras sacaba el teléfono del bolso-.
- ¡Te lo
daremos si nos pillas! -echando a correr-.
(continuará...)